top of page

Expectante.

Vivimos inmersos en un sinfín de normas y reglas, hasta para las palabras que pronunciamos, a pesar de que muchos parecen haberlas olvidado, ahí están. En innumerables ocasiones y casi sin darnos cuenta actuamos, decidimos, hablamos y hasta pensamos, basándonos en el que dirán, por inercia de las expectativas puestas en mí, o quizá según como queremos ser recordados. Todos en fila, aprendiendo el modus operandi de la vida, enseñándonos a todos la misma lección, cada cual coge lo que puede y después intenta diferenciarse del resto, para acabar irremediablemente siendo iguales. Con ansias de poder e influencia, vendiendo humo en muchos casos. Mentes vacías con las manos llenas. Corazones palpitantes abandonados en un rincón y con más hambre cada día. Corriendo deprisa y sin rumbo. Y entonces llega un buen día y despiertas. Como dijo Carl Gustav Jung: “Todos nacemos originales y morimos copias”.


Es fascinante la cantidad de cosas que pueden expresar las palabras que conforman el lenguaje. Pero si todo esto tiene sentido e influencia sobre ti, es por las ideas que brotan en tu cabeza a raíz de percibir la información. Y entonces pasa que estas palabras, que nos dicen o nos decimos, con sus etiquetas, tímido, perezoso, cabezota, vago, perfeccionista… acaban definiendo nuestra historia. Y lo repetimos como papagayos adoctrinados, es que soy así, es que nunca se me ha dado bien, yo eso no soy capaz de hacerlo, y por eso escogemos un camino y no otro como único posible.


Y si te digo que tú puedes cambiar el guión de tu historia, porque puedes y quieres, no repitas esa descripción de ti con la que no estás conforme. Porque no es lo que somos lo que nos limita, sino aquello que pensamos que no somos.


Pero por qué nos empeñamos en poner el foco en la expectativa en lo que esperamos conseguir, en lo que queremos que llegue, que suceda, que nos digan, que hagan por nosotros. Acaso aún no os habéis dado cuenta de que nadie nos asegura nada, parece que nos encanta generar y mantener esos pronósticos en nuestro día a día y sin embargo, no apreciamos el proceso intermedio.

¿Y qué ocurre cuando no se cumplen?, ¿cuándo un trabajo no recibe la ovación esperada?, ¿qué sucede cuando llevamos esperando toda la semana una cita el fin de semana?, ¿o cuando salimos y lo que hacemos no guarda similitud a lo que imaginamos? Tanta ilusión en que algo sucediera y de repente ese anhelo se torna con una respuesta totalmente diferente. Y llega la temida decepción. La frustración.


Las expectativas son las creencias, previsiones, ilusiones, deseos y valores que cada uno de nosotros ha generado en función de diversos factores tales como la educación, las experiencias previas, las características de personalidad y formas de relacionarnos, variables contextuales, etc. Es decir, es lo que yo espero, tú esperas o ellos esperan de algo o alguien. Esta teoría tiene dos aspectos:

  1. Creencia en la propia capacidad para llevar a cabo una determinada conducta con éxito.

  2. El control percibido sobre dicha conducta.

Bandura distingue dos tipos de expectativas:

  1. Las expectativas de autoeficacia: son predicciones o estimaciones que realiza un sujeto sobre la seguridad que tiene de poder realizar una conducta o acción concreta. Tiene repercusiones motivacionales que afectan y determinan la elección de la tarea, ya que, según su nivel de autoeficacia, una persona puede decidir afrontar una actividad o evitarla; por otro lado, tiene repercusiones sobre el esfuerzo que invierte y sobre la persistencia en la tarea.

  2. Las expectativas de resultado: son predicciones o estimaciones del individuo sobre si la conducta realizada le conducirá a obtener un determinado resultado.

Estos dos tipos de expectativas -de eficacia y de resultado- influyen en la conducta y en las reacciones emocionales de los individuos (Bandura, 1982).

De acuerdo a la teoría e investigación, la autoeficacia influye en cómo la gente siente, piensa y actúa. Respecto a los sentimientos, un bajo sentido de autoeficacia está asociado con depresión, ansiedad y desamparo (Bandura, 2001). Las creencias de eficacia influyen en los pensamientos de las personas (autoestimulantes y autodesvalorizantes), en su grado de optimismo o pesimismo, en los cursos de acción que ellas eligen para lograr las metas que se plantean para sí mismas y en su compromiso con estas metas (Bandura, 2001). Un alto sentido de eficacia facilita el procesamiento de información y el desempeño cognitivo en distintos contextos, incluyendo la toma de decisiones y el logro académico (Bandura, 1997).

La teoría de la autoeficacia de Bandura ha sido aplicada en diferentes contextos, entre ellos, en el ámbito educativo, demostrando la influencia de las expectativas sobre el rendimiento y la persistencia en la tarea (Bandura, 1997).


El ejemplo más claro y justificado proviene de un estudio realizado en el ámbito escolar sobre la llamada profecía autocumplida también conocida como efecto pigmalión.

En 1968, Rosenthal y Jacobson realizaron un famoso experimento en un colegio del sur de San Francisco que puso en evidencia hasta qué punto las expectativas de los profesores con respecto a sus alumnos tienden a cumplirse. Se manipularon deliberadamente las expectativas de éstos, tomando un grupo de alumnos similares en capacidad e inteligencia, indicando al profesor que varios de ellos eran extraordinarios con capacidad más elevada que la media. Mientras en otros casos, se decía al profesor que varios alumnos eran problemáticos y con capacidad más limitada que la media.

Es decir, aunque la diferencia entre los niños prometedores y el resto en un principio solo existía en la mente de los profesores, con el tiempo esas diferencias se hicieron reales. Rosenthal y Jacobson no falsificaron los resultados. Lo que ocurrió, tal y como se mostró en investigaciones posteriores (Rosenthal, 1994), fue que los profesores, inducidos por la manipulación experimental de los investigadores, generaron unas expectativas falsas acerca de la capacidad de aprendizaje y progreso de los alumnos supuestamente prometedores y los trataban de forma distinta de acuerdo con dichas expectativas, dedicándoles más atención y estimulándolos más que al resto.


En este sentido, la Teoría de los Estados de Expectativas (Berger, Conner y Fisek, 1974; Ridgeway, 1984, 2001) propone que la base principal del estatus en el grupo son las expectativas acerca de cuál será el desempeño de cada miembro en relación a la tarea. Las expectativas consisten en inferencias que los miembros hacen acerca de cómo cada uno contribuirá a la tarea a partir ciertas características que muestran los miembros del grupo. Estas características se denominan características de estatus, y se refieren a atributos en los que la gente difiere y a los que se asocian más o menos valor o competencia. Existe consenso en otorgar más valor a una categoría que a otra.

La creación de esas expectativas de desempeño influye en que se den ciertas desigualdades en la interacción a favor de los que se espera que contribuyan más al grupo. Estas desigualdades se reflejan en la oportunidad que se da a ciertos miembros para que participen más que otros y contribuyan más a las metas del grupo; en que se evalúen más positivamente sus contribuciones; en que ejerzan más influencia y en que acepten menos la influencia de los otros. El proceso tiene un componente de profecía autocumplida: se hace una predicción en relación con las diferencias de competencia de ciertos miembros y más tarde se contribuye a que se produzcan esas diferencias. Cuanto más relevante para la tarea sea la característica de estatus, más influirá en la interacción posterior.


En el mundo empresarial se da esa misma dinámica entre jefes y empleados. La desconfianza y bajas expectativas sobre un empleado generará desmotivación y bajo rendimiento en dicho empleado y viceversa.

Diversos estudios, por ejemplo Madon et al., 2018, han demostrado que los prejuicios sociales hacia ciertos grupos tienen el efecto de perpetuar el estereotipo en el tiempo con un efecto acumulativo (nuevas personas juzgarán a ciertos grupos minoritarios o desfavorecidos a través de conductas estereotípicas que expectativas negativas previas de otros les llevaron a adoptar).


¿Son tus decisiones fieles a lo que realmente quieres? O por el contrario has aprendido a través de las expectativas culturales que compartimos como sociedad, lo que está bien visto o es comúnmente aceptado, cayendo en ese juego para no quedar excluido, pues hemos observado que cuando nos comportamos de forma imprevista nuestras relaciones cambian.

Deberíamos ser conscientes de que nuestra forma de comportarnos con los demás, las palabras que les decimos, o las propias expectativas que tenemos sobre ellos, son capaces de modificar de forma inconsciente su conducta y su desempeño.

¿Quién puede decidir lo que debería o no debería ser? ¿lo que puede o no puede ocurrir? No sigas intentando satisfacer a todo el mundo, y OJO tampoco exijas a los demás que actúen como tu consideras apropiado.

No seamos esclavos de los deseos de otros, no dejemos de actuar por temor al fracaso, por el miedo equivocarnos. Intenta hacer en cada momento lo que sabes hacer, lo que puedas y tengas que hacer para estar más cerca de aquello que te satisface y te hace mejor. Cuidado con las falsas esperanzas o la elevada exaltación sobre lo que uno quiere, puesto esto cambia de forma o se transforma de repente en otro deseo. Por tanto, parémonos a observar y disfrutar de los detalles del proceso. El verdadero objetivo de toda travesía es aprender algo sobre uno mismo, más que conseguir un deseo, una ilusión o meta. Puede que aquello que nunca alcanzas te haga descubrir en su búsqueda infinitas maravillas que no esperabas encontrar.


 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentários


© 2023 by Cristina Trenado created with Wix.com

bottom of page