Colapso.
- ctinatrenado
- 22 abr 2021
- 6 Min. de lectura
Y aquí seguimos, inmersos en la interminable incertidumbre, en la renegación, ahogados por las dificultades económicas y sociales, con rutinas diarias impuestas, en resumen, se agota la paciencia. Y es que estamos saturados, aburridos, cansados, desilusionados, por no poder vislumbrar el final, y ante esto es el hartazgo acumulado el que habla por nosotros, dejando una hilera de cuadros de ansiedad, depresión y estrés postraumático.
Dentro del listado de AVE (acontecimientos vitales estresantes) las crisis y problemas económicos figuran como una de las causas más frecuentes que pueden precipitar una respuesta de estrés en el individuo. Así, una crisis sanitaria y económica mantenida en el tiempo puede precipitar que la respuesta de estrés afecte a nuestro organismo, generando problemas de salud física, además de consecuencias en nuestra salud mental y relaciones sociales.
Se puede afirmar que el ser humano crece en la adversidad. En una sociedad que está cada vez más enferma, contaminada, que ahoga y asfixia a los más débiles. En donde los problemas y el sufrimiento se vuelven incluso necesarios para el aprendizaje en la cotidianidad y el desarrollo equilibrado, de tal manera que contribuyan al aprendizaje positivo, sacándole el mayor partido a esas dificultades. La paradoja de la resiliencia es que los peores momentos pueden ser los mejores (Mario Pereyra, 2007).
La sensación de impotencia y dolor al enfrentarse cada día a situaciones complicadas e inciertas, han ido mermando nuestros recursos personales. Nos hemos visto obligados a poner en práctica y a toda máquina la respuesta de afrontamiento conocida como resiliencia.
¿Pero acaso esta es inagotable?
En psicología, la resiliencia se define como la capacidad para salir fortalecido en condiciones adversas o traumáticas, se trata de una respuesta de afrontamiento eficaz ante las crisis. En mi caso mi mayor fortaleza es pensar que vendrá algo mejor, contar con apoyo social y volcarme en lo que puedo aportar a otros en cada momento.
Ha quedado patente que a nuestro cerebro no le gusta la incertidumbre, prefiere la seguridad y confía en la falsa percepción control sobre lo acontecido.
Williams James decía “el pájaro canta porque es feliz, pero también es feliz porque canta”.
No obstante, a menudo recurrimos a la queja para contrarrestar la sensación tan desagradable que produce la frustración. Nos hemos instalado en la queja por hábito, para tener algo de lo que hablar y por contagiarnos del pesimismo aprendido de otros que también se quejan.
¿Por qué nos gusta la queja?
Se abusa de ella porque al culpar a otros de nuestras desgracias, se nos exime de responsabilidad y se descarga el peso de nuestra espalda. Ese alivio momentáneo sienta muy bien, pero lamentablemente no soluciona los problemas. Además, promueve un estado de ánimo negativo que hace daño a los demás y a nosotros mismos. Quién se queja de todo y de todos, no hace más que reflejar su estado de frustración consigo mismo. Cuando permites que el descontento domine tu mente, lo único que consigues es fomentar esa insatisfacción.
La vida no es como nos contaron, a veces duele, la vida son problemas. Unas veces son personales y otros profesionales (con la familia, pareja, jefe, clientes, amigos…). Y en muchos casos más grandes que nosotros, escapando de nuestro control. Si no tienes problemas es que quizá no estás viviendo y eso sería mucho peor, ¿no crees?
Todas las personas necesitamos la cercanía de otros, en mayor o menor medida, y especialmente el apoyo emocional que los demás nos pueden brindar. Las personas de nuestro sistema de apoyo pueden proporcionarnos empatía, afecto y pertenencia, recordándonos que no estamos solos. La resiliencia se encuentra no sólo en tener una red de apoyo, sino en conectar con ellos cuando más se necesita. Es a través de las propias interacciones como nos volvemos resilientes.
Las estrategias de afrontamiento son formas de reaccionar y de comportarnos que vamos desarrollando a lo largo de la vida para afrontar las situaciones difíciles, dolorosas o estresantes. Las estrategias de afrontamiento cumplen una función adaptativa, sin embargo, no siempre acertamos con las que decidimos emplear, como por ejemplo, cuando afrontamos el estrés comiendo en exceso o fumando.
Ese agotamiento emocional, la carencia de certidumbres y el dudoso futuro nos entristece. Fue Martín Seligman quién popularizó la denominada indefensión aprendida, demostrando con sus experimentos que al percibir subjetivamente que no podemos variar una situación aversiva, al no contar con los recursos para afrontar lo acontecido se experimenta la sensación de que no podemos hacer nada por cambiar los que ocurre a nuestro alrededor, por tanto, nos comportamos pasivamente. Cayendo en la desesperanza.
El impacto psicológico es severo y por ello hemos de potenciar las fortalezas personales, aceptar el cambio, reforzar la percepción de control, aceptar el miedo y la tristeza sin dejar que nos controle, y no caer en la evitación.
Los investigadores del siglo XXI entienden la resiliencia como un proceso comunitario y cultural que responde a tres modelos: compensatorio, de protección y de desafío.
La resiliencia no debe considerarse como una capacidad fija, sino que puede variar a través del tiempo y de las circunstancias. (Suárez Ojeda, 1993)
Boris Cyrulnik (2001) ha realizado aportes sustantivos sobre las formas en que la adversidad hiere al sujeto, provocando el estrés que generará algún tipo de enfermedad y padecimiento. En el caso favorable, el sujeto producirá una reacción resiliente que le permite superar la adversidad.
El termino fortalezas psicológicas fue utilizado por Peterson y Seligman (2004) en el desarrollo de sus estudios en psicología centrada en los rasgos positivos. Siguiendo a Peterson y Seligman, estas fortalezas serán una herramienta imprescindible para superar la vulnerabilidad psicológica. Se hace cada vez más necesario e importante educar en inteligencia emocional, en resiliencia y en el autoconocimiento, entre otras habilidades.
Hay muchas definiciones de vulnerabilidad psicosocial, destacamos la de Wisner, Blaikie, Cannon y Davis (2004), citado por Del Castillo (2015): “características con las que cuenta una persona o un grupo de personas en una situación determinada, que tienen la posibilidad de influir en su capacidad de anticipación, resistir y poder recuperarse óptimamente de una amenaza”. Los mecanismos para luchar contra la vulnerabilidad y el afrontamiento ante las amenazas, según autores como Del Castillo (2015), serían: disponer de resiliencia, de fortalezas psicológicas, inteligencia emocional, habilidades en competencia social, modelos parentales adecuados o utilizar un apego seguro. La falta de estos mecanismos en un futuro conllevará inadaptabilidad y continuos conflictos.
También algunos estudios, nos hablan sobre que, la tristeza y la depresión se pueden contagiar (Haeffel y Hames, 2013). Investigaciones como las de Haeffel y Hames, afirman que la vulnerabilidad cognitiva puede resultar contagiosa en etapas vitales y en procesos de cambio, tanto de forma negativa como positiva.
El estudio, publicado en la revista Clinical Psychological Science, concluye que se produce un “efecto contagio” de la vulnerabilidad cognitiva en función del entorno social, especialmente cuando existen importantes acontecimientos vitales. Esta vulnerabilidad cognitiva es, un potente factor de riesgo para la depresión, de modo que es posible utilizarla como predictora de un posible episodio depresivo en el futuro, incluso en individuos que jamás han presentado uno.
Uno de los componentes de la vulnerabilidad cognitiva consiste en la percepción que tiene la persona de no poseer, o no ser suficiente, el control interno o externo sobre los peligros, aunque la vulnerabilidad afecta todo el sistema cognitivo, que lo convierte en una forma estable de percibir y valorar el mundo.
En numerosos trastornos mentales se ha manifestado la existencia de dicha vulnerabilidad. Se han relacionado los pensamientos autorreferidos negativos absolutos y generalizados sobre uno mismo, el mundo y el futuro, con los episodios depresivos.
Igualmente, en la ansiedad, la incontrolabilidad de los eventos peligrosos, la expectativa de peligro y de la misma ansiedad, así como la percepción de incapacidad para controlar los sucesos futuros, hacen a los individuos susceptibles a padecerla.
En definitiva, las personas más resilientes mantienen un alto equilibro emocional en momentos de estrés y aguantan bien la presión, lo que les hace sentir que controlan la situación y que son capaces de afrontar los retos. Potenciar la resiliencia es una estrategia para prevenir la ansiedad y la depresión, se trata de aprender a romper el círculo del miedo para superar la adversidad.
No obstante, no frena el temor a equivocarnos, y optamos por evadir responsabilidades a la hora de elegir, en ocasiones, incluso dejamos que otros decidan por nosotros. Pero la vida es una constate toma de decisiones. Debemos ser capaces de escuchar nuestro propio silencio, ahí podemos hallar las repuestas, puesto que la mente siempre suele emitir alguna opinión sobre aquello que acontece a nuestro alrededor.
Tenemos la tendencia natural hacia la comodidad, hacer lo más sencillo, elegir la alternativa que este más a mano y que nos plantee menos complicaciones. Sin embargo, de lo simple y conocido no surge ninguna exigencia que nos haga mejorar ni crecer. Para poder afrontar los inconvenientes con eficacia debemos aprender a ser flexibles y adaptarnos a las situaciones como se presentan, tenemos que estar dispuestos a cambiar. Romper el estancamiento de lo conocido, porque quizá ahí ya no esté la respuesta. Se pueden tener ganas o excusas pero no ambas al mismo tiempo.
El miedo no se vence de golpe, sino poco a poco y cada vez que lo afrontamos. Debemos aceptarlo y no evitarlo, cuando actuamos a pesar del miedo éste se vuelve más pequeño, se disipa. Desde la comodidad de la rutina es prácticamente imposible plantear cambios y retos. Casi siempre, los momentos de mayor aprendizaje provienen de situaciones de incomodidad. Muchos talentos nacen de la propia necesidad. Tal vez no pueda hacerlo todo, pero puedo hacer algo cada día, dando pequeños pasos hacia la vida, y que volvamos a vernos sin distancia y sin miedo.

Me encantan tus textos... Me veo reflejada con mis miedos pero saldremos de ésta...fuertes y habiendo aprendido y mejorado