Creo y después veo.
- ctinatrenado
- 30 jun 2020
- 6 Min. de lectura
¿Os suena eso de hagas lo que hagas te van a criticar?
¿Acaso estamos aquí solo para complacer a los demás?, y ¿qué pasa contigo? ¿Qué tal si tratamos de hacer lo que realmente queremos hacer?
Y tú, ¿haces lo que realmente quieres?
A lo largo de nuestra vida, llegamos a acumular más “debo hacer” en nuestra lista de tareas y actividades que “quiero hacer”, lo cual nos genera cierta angustia. No obstante, nos dejamos arrastrar por ellos, como si estuviéramos programados en una dirección y no pudiéramos negarnos para no crear desagrado. Hacemos multitud de cosas cuando ni siquiera tenemos ganas, entrando en una dinámica de conformismo “hago lo que tengo que hacer”, “hago lo que debo”, “que le vamos a hacer”, “no me queda más remedio”, “siempre se ha hecho así”. Estas frases día a día se traspasan de generación en generación, inculcando a las generaciones futuras lo que deben hacer en lugar de lo que pueden o quieren hacer. De esta forma cada generación se encuentra con un mundo de valores ya creado, tomando la forma de normas morales, ideales estéticos o leyes jurídicas, que además, nos hacen juzgar al resto en base a este modelo. ¿Y qué hacemos?, los asumimos sin resistencia, con la obligación de acatar y respetar y así sentirnos plenamente integrados en la sociedad de pertenencia.
Esto no quiere decir que esté mal el “deber hacer”, por supuesto que todos tenemos deberes y obligaciones, que son necesarios para llegar a determinados objetivos. Sin embargo, es necesario encontrar cierto equilibrio, para no caer en la automatización de cumplir sin más, sin plantearnos: ¿cumplir qué?, ¿cumplir con quién?, ¿para qué?
¿Qué os parece la siguiente afirmación?: "Según piensas, así actúas". ¿Estáis seguros? ¿siempre?
Estas reglas autoimpuestas por nosotros mismos de manera inconsciente, tienen un valor adaptativo, puesto que aprendimos a ser, hacer y sentir de una forma determinada para poder encajar y socializar dentro de nuestra parcela de vida. La sociedad nos conduce a que hagamos con nuestra vida lo que se supone que debemos hacer, estudiar, buscar pareja, trabajar, comprar una casa, casarnos, tener hijos…
Se espera de nosotros un comportamiento predeterminado como adecuado, porque de lo contrario no serás aceptado. Cierto es, que esto va cambiando según el momento histórico y la moda impuesta en la misma. Pero a veces, puede provocar la sensación de no poder hacer nada por actuar y alterar el statu quo, y te acabas rindiendo inevitablemente hacia esos “tengo” y “debo” que no te hacen feliz. Y entonces, sientes que esa persona no eres tú, te gustaría escapar, soñar otra vida, vivir en otra ciudad, sentir otras emociones… Estas sensaciones derivan de la frustración de tu deseo de florecer y alcanzar tus sueños.
En suma, el debo y el quiero, no significan lo mismo. El debo es una palabra autoimpuesta por nosotros, por la sociedad en sí y hemos adquirido la idea de que el deber es más importante que el querer y obedecer es el único camino. Mientras el quiero, significa tener una capacidad de elección y de ejercer voluntariamente mis deseos o de rectificarlos, decidir qué es lo más importante para mí y para conseguir mis objetivos.
Estas reglas y normas surgen como consecuencia de nuestras creencias y valores. Las creencias suponen una valoración subjetiva que uno hace sobre sí mismo, los otros y el mundo que le rodea. Frank P. Ramsey propone una metáfora para ayudarnos a entender lo que son las creencias en su relación con lo real. Dice que vienen a ser como un mapa grabado en el sistema (en el ADN, o en determinados aprendizajes) que nos guían o mejor nos orientan en el mundo para encontrar la satisfacción de nuestras necesidades. Tales mapas no nos dicen “lo que son las cosas”, sino que nos muestran las formas de la conducta adecuada hacia la satisfacción de nuestras necesidades. Así como, las bandas sonoras de la carretera señalan la dirección, si te sales “descarrilas”. El sistema de creencias de un sujeto ha de ser cognitivamente consistente, razón por la cual se rechazan las creencias cognitivamente disonantes.
Por otro lado, los valores son principios que nos permiten orientar nuestra conducta para realizarnos como personas. Son la base de las creencias fundamentales que nos dirigen a preferir y elegir unas cosas en lugar de otras, o un comportamiento en lugar de otro. Nos sirven como pauta para formular metas y propósitos, tanto individuales como colectivos, reflejando nuestros intereses, sentimientos y convicciones más importantes. Así, los valores, se encuentran estrechamente relacionados con las actitudes y la conducta. Los valores se traducen en pensamientos, conceptos e ideas, pero lo que apreciamos es el comportamiento, lo que hacen las personas.
"Según una persona se siente, se percibe, según sus valores y creencias, se relaciona con los/as demás de una forma u otra, ese sistema de creencias y valores son fundamentalmente sociales. Y a su vez, una sociedad que funciona con base en un sistema de valores educa a sus miembros para que se relacionen de acuerdo a la interiorización de los mismos. Todo se produce coordinadamente". (Sanz, 1991). O dicho de otra forma: “cada sociedad educa afectivamente a sus miembros para que reproduzcan o mantengan un orden social establecido" (Sanz, 1995).
Cuando estos valores se convierten en nuestra obsesión nos limitan, como cuando adoptamos un patrón defensivo ante opiniones contrarias. El problema no son las creencias en sí, sino la calidad de las mismas. Todos estos patrones marcados no hacen más que situarnos en una realidad delimitada. Hay situaciones que nos marcan dejando un rastro de decepciones, frustraciones, desengaños o duelos no resueltos, dejando en nosotros una visión un tanto distorsionada de la realidad. Comentarios como “no puedo vivir sin ese trabajo o sin esa persona”, “nunca consigo lo que quiero”, ”no valgo para estudiar”, “esto es imposible”, ”ya estoy mayor para…”, "la mayoría de la gente tiene más suerte que yo", “nunca se me dio bien..." Todo esto puede llevarnos sin percatarnos siquiera, a perder oportunidades de crecimiento y desarrollo en todos los ámbitos de nuestra vida ya sea personal, familiar, laboral o social. Según Louise Hay “si aceptas una creencia limitante, se convertirá en una verdad para tu vida”. Así, una creencia limitante puede bloquearte e impedirte llevar a cabo acciones que son beneficiosas para ti, o condicionarte a proceder con una conducta prefijada.
Leon Festinguer (1957) en su teoría de la disonancia cognitiva, postula que las creencias contradictorias en un sujeto producen un estado de tensión psicológica, de tal manera que el sujeto se ve automáticamente motivado a generar ideas y creencias nuevas para reducir la tensión hasta conseguir que el conjunto de sus ideas y actitudes encajen entre sí. La disonancia puede ocurrir:
Cuando no se cumple una expectativa.
Cuando existe un conflicto entre los pensamientos y las normas socioculturales.
Cuando existe un conflicto entre las actitudes y la conducta.
Para intentar comprender estas autoexigencias, que pueden crear distorsiones cognitivas y convertirse en creencias irracionales que nos llevan a más conflictos internos y problemas emocionales, Albert Ellis (1962) planteó el esquema ABC. En este esquema existen tres elementos:
Acontecimientos (A)
Creencias (B)
Consecuencias (C)
Estas consecuencias son de tres tipos:
Conductuales
Emocionales
Cognitivas
Podemos concluir con esto que A (lo que nos pasa en la vida) explica nuestras respuestas C (consecuencias), es decir, los acontecimientos explican por qué actuamos como lo hacemos, por qué nos sentimos así y por qué pensamos de tal manera. Sin embargo, hay un elemento que media entre A y C, esto es B: las Creencias. “Una creencia no es simplemente una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente” Robert Bolt.
Es preciso destacar en este punto el concepto de actitud, como una pre-conducta, una disposición a actuar de una determinada manera, de acuerdo con nuestras creencias, sentimientos y valores. Para Milton Rokeach (1979), la actitud tiene tres componentes: cognitivo (la creencia), afectivo (el valor) y conativo (la predisposición a actuar). La disposición a actuar exige la previa creencia en que el objeto existe y la dirección de la acción (de aceptación o rechazo) la determina la actitud. Cuanto más central es una actitud, más resistente al cambio es, pues más conectada está con otras que dependen de ella. En psicología social, las actitudes constituyen valiosos elementos para la predicción de conductas. Según R. Jeffress: “la actitud es nuestra respuesta emocional y mental a las circunstancias de la vida”.
Finalmente, Hogg y Vaughan (2008) llegaron a la conclusión de que, de no tener actitudes, la gente tendría dificultad para construir y reaccionar ante los hechos. También sería menos hábil para tomar decisiones y desenvolverse en el plano social. Continuamente nos repetimos que la vida es corta y lo valioso que resulta hacer lo que nos gusta, y una cosa está clara, no podemos escoger las circunstancias, pero sí nuestros pensamientos. En este sentido, puede ayudarnos el ser sinceros con nosotros mismos, actuando como nuestra propia brújula moral. No obstante, hemos de resolver esos conflictos internos a través de acciones y comportamientos basándonos en valores, como la igualdad, la cooperación, la verdad, el respeto y la dignidad, entre otros. Es difícil cuestionar nuestro punto de vista y plantearnos la posibilidad de incluir otras percepciones igualmente válidas. Creemos firmemente en nuestra forma de ver las cosas, como si se tratase de la verdad absoluta, pero puede que estemos pasando por alto otras formas más efectivas de hacer, de obtener mejores resultados, mayor satisfacción, mayor integración en nuestro entorno, y en definitiva mayor felicidad.
Para finalizar os dejo una maravillosa reflexión de Mahatma Gandhi:
“Cuida de tus creencias, porque se convertirán en tus pensamientos. Cuida de tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida de tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida de tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, que se convertirán en tu destino”.
También os puede ser de ayuda, este pequeño fragmento de la película "El curioso caso de Benjamin Button":
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